Mi modelo del mundo

En este podcast se explora cómo la diversidad, las experiencias, la educación y los valores moldean distintos modelos del mundo, resaltando las desigualdades globales y la importancia de la empatía para convivir en armonía.

Francisco Benavides, Sandra Mesinas y Carmen Benavides

9/8/20252 min read

Vivimos en una época de cambios vertiginosos. La diversidad humana, los avances tecnológicos y la interconexión global hacen evidente una transformación constante en la forma de pensar, creer y relacionarnos. La hipercomunicación nos convierte en una gota dentro de un océano inmenso, pero al mismo tiempo abre un universo de posibilidades.

Un ejercicio conocido como “el mundo en miniatura” ayuda a comprender esta realidad. Imagina reducir la población mundial a una aldea de cien habitantes: la mayoría sería de origen asiático, seguida por europeos y africanos; casi la mitad hombres y la otra mitad mujeres, con más adultos que niños y ancianos. Más de ochenta sabrían leer y escribir, aunque todavía habría quienes no tuvieran acceso a la educación.

La riqueza estaría concentrada en solo seis personas, mientras que ochenta vivirían en condiciones precarias. Religiosamente, habría cristianos, musulmanes, hindúes, budistas y personas sin afiliación, todas compartiendo un mismo espacio. Algunos contarían con internet y estudios universitarios, pero la mayoría no tendría esas oportunidades.

Este pequeño retrato revela lo complejo y desigual que es nuestro mundo. Cada persona construye su propio “modelo del mundo” según su edad, su contexto, sus experiencias, creencias y valores. De ahí que las diferencias generacionales sean tan notorias: mientras los jóvenes crecen rodeados de diversidad cultural y conciencia ambiental, los adultos mayores lo hicieron en tiempos con menos información y discusiones globales.

En lo laboral también se nota la transformación. Antes, un título técnico o universitario aseguraba estabilidad; hoy, la permanencia depende de actualizarse y desarrollar habilidades como la creatividad, la colaboración o la inteligencia emocional. No todos tienen las mismas oportunidades, y eso genera modelos distintos, aunque igualmente válidos.

Las creencias y valores añaden más matices. No es lo mismo crecer en un país democrático que en uno opresor, en un hogar pacífico que en uno marcado por la violencia, o en un lugar con abundancia de recursos frente a otro en guerra. Cada experiencia amplía o limita la manera en que entendemos la vida.

Conocer nuestro propio modelo del mundo nos permite entender pensamientos, emociones y sueños, pero también abrirnos a los demás. No se trata de imponer perspectivas, sino de reconocer que existen múltiples formas de ver la realidad. Con más de ocho mil millones de modelos coexistiendo, el verdadero reto es aprender a dialogar, reflexionar y establecer acuerdos que nos permitan evolucionar juntos.

Al final, lo que importa es expandir la mirada con respeto, empatía y compasión, recordando que, después de todo, solo existe una raza: la humanidad.